POR QUÉ NO ESTALLA UNA REVOLUCIÓN?
¿Te has preguntado alguna vez porqué nadie reacciona ante la infame
oleada de opresión y abusos de todo tipo que estamos sufriendo?
¿No te produce perplejidad el hecho de que tras tantas y tantas
revelaciones sobre casos de corrupción, injusticias, robos y burlas a la
ley y a la población en general, a la cual se le ha robado literalmente
el presente y el futuro, no suceda absolutamente nada?
¿Te has preguntado porqué no estalla una Revolución masiva y por qué todo el mundo parece estar dormido o hipnotizado?
Estos últimos años se han hecho públicas informaciones de todo tipo
que deberían haber dañado la estructura del Sistema hasta sus mismísimos
cimientos y sin embargo la maquinaria sigue intacta, sin ni tan solo un
arañazo superficial.
Y esto pone de manifiesto un hecho extremadamente preocupante que
está sucediendo justo ante nuestras narices y al que nadie parece
prestarle atención.
El hecho de que SABER LA VERDAD YA NO IMPORTA
Parece increíble, pero los acontecimientos lo demuestran a diario.
La información ya no tiene relevancia
Desvelar los más oscuros secretos y sacarlos a la luz ya no produce ningún efecto, ninguna respuesta por parte de la población.
Por más terribles e impactantes que sean los secretos revelados.
Durante décadas hemos creído que los luchadores por la verdad, los
informadores capaces de desvelar asuntos encubiertos o airear los trapos
sucios, podían cambiar las cosas.
Que podían alterar el devenir de la historia.
De hecho, hemos crecido con el convencimiento de que conocer la verdad
era crucial para crear un mundo mejor y más justo y que aquellos que
luchaban por desvelarla eran el mayor enemigo de los poderosos y de los
tiranos.
Y quizás durante un tiempo ha sido así.
Pero actualmente, la “evolución” de la sociedad y sobretodo de la
psicología de las masas nos ha llevado a un nuevo estado de cosas.
Un estado mental de la población que no se habría atrevido a imaginar ni el más enajenado de los dictadores.
El sueño húmedo de todo tirano sobre la faz de la tierra: no tener que ocultar ni justificar nada ante su pueblo.
Poder mostrar públicamente toda su corrupción, maldad y prepotencia sin
tener que preocuparse de que ello produzca ningún tipo de respuesta
entre aquellos a los que oprime.
Ésta es la realidad del mundo en el que vivimos.
Y si crees que esto es una exageración, observa a tu alrededor.
El caso de Argentina es palmario.
Un país inmerso en un estado de putrefacción generalizado, devorado
hasta los huesos por los gusanos de la corrupción en todos los ámbitos:
el judicial, el empresarial, el sindical y sobretodo el político.
Un estado de descomposición que ha rebosado todos los límites
imaginables, hasta salpicar con su pestilencia a todos los partidos
políticos de forma irreparable.
Y sin embargo, a pesar de hacerse públicos de forma continuada todos
estos escándalos de corrupción política, los españoles siguen votando
mayoritariamente a los mismos partidos, derivando, como mucho, algunos
de sus votos a partidos subsidiarios que de ninguna manera representan
una alternativa real.
A pesar de hacerse públicos todos estos casos de corrupción
generalizada; a pesar de revelarse la implicación de las altas esferas
financieras y empresariales, con la aquiescencia del poder judicial; a
pesar de demostrarse por activa y por pasiva que la infección afecta al
Sistema en su generalidad, en todos los ámbitos, imposibilitando la
creación de un futuro sano para el país; a pesar de todo ello, la
respuesta de la población ha sido…no hacer nada.
La máxima respuesta de la ciudadanía ha sido “ejercer el legítimo derecho de manifestación”,
una actividad muy parecida a la que hace la hinchada cuando su equipo
de fútbol gana una competición y sale en masa a la calle para
celebrarlo.
Es decir, nadie ha hecho nada efectivo por cambiar las cosas, excepto picar cacerolas.
Y el caso de la corrupción política desvelada en Argentina y la nula
reacción de la población es solo un ejemplo de entre muchos tantos a lo
largo y ancho del mundo.
Ahí está el caso del deporte de masas, azotado como está por la
sospecha de la corrupción, de la manipulación y del dopaje y por la más
que probable adulteración de todas las competiciones bajo el control
comercial de las grandes marcas, o por las apuestas deportivas…y a pesar
de ello, sus audiencias televisivas y su seguimiento no solo no se ve
afectado, sino que sigue creciendo cada vez más y más y más…
Pero todos estos casos empequeñecen ante la gravedad de las
revelaciones hechas por Edward Snowden y confirmadas por los propios
gobiernos, que nos han dicho, a la cara, con luz y taquígrafos, que
todas nuestras actividades son monitoreadas y vigiladas, que todas
nuestras llamadas, nuestra actividad en redes sociales y nuestra
navegación en Internet es controlada y que nos dirigimos inexorablemente
hacia la pesadilla del Gran Hermano vaticinada por George Orwell en
“1984”.
Y lo que es más alucinante del caso: una vez “filtradas” estas informaciones, nadie se ha preocupado de rebatirlas.
¡Ni mucho menos!
Todos los medios de comunicación, los poderes políticos y las grandes
empresas de Internet implicadas en el escándalo han confirmado
públicamente este estado de vigilancia como algo real e indiscutible.
Como mucho han prometido, de forma poco convincente y con la boca pequeña que no van a seguir haciéndolo…
¡Incluso se han permitido el lujo de dar algunos detalles técnicos!
¿Y cuál ha sido la respuesta de la población mundial cuando se ha revelado esa verdad?
¿Cuál ha sido la reacción general al recibir estas informaciones?
NINGUNA
Todo el mundo sigue absorto con su smartphone, sigue revolcándose en
el dulce fango de las redes sociales y sigue navegando las infestadas
aguas de Internet sin mover ni una sola pestaña…
Así pues, ¿De qué sirve saber la verdad?
En el caso hipotético de que Edward Snowden o Julian Assange sean
personajes reales y no creaciones mediáticas con una misión oculta, ¿De
qué habrá servido su sacrificio?
¿Qué utilidad tiene acceder a la información y desvelar la verdad si no
provoca ningún cambio, ninguna alteración, ni ninguna transformación?
¿De qué sirve saber de forma explícita y documentada que la energía
nuclear solo nos puede traer desgracias, como nos demuestran los
terribles accidentes de Chernobyl y Fukushima, si tales revelaciones no
surten ni el más mínimo efecto?
¿De qué nos sirve saber que los bancos son entidades criminales dedicadas al saqueo masivo si seguimos utilizándolos?
¿De qué nos sirve saber que la comida está adulterada y contaminada
por todo tipo de productos tóxicos, cancerígenos o transgénicos si
seguimos comiéndola?
¿De qué nos sirve saber la verdad sobre cualquier asunto relevante si
no reaccionamos, por más graves que sean sus implicaciones?
No nos engañemos más, por duro que sea aceptarlo.
Afrontemos la realidad tal y como es.
En la sociedad actual, saber la verdad ya no significa nada
Informar de los hechos que verdaderamente acontecen, no tiene ninguna utilidad real
Es más, la mayoría de la población ha llegado a tal nivel de
degradación psicológica que, como demostraremos, la propia revelación de
la verdad y el propio acceso a la información refuerzan aún más su
incapacidad de respuesta y su atonía mental.
La gran pregunta es: ¿POR QUÉ?
¿Qué nos ha conducido a todos nosotros, como individuos, a este estado de apatía generalizado?
Y la respuesta, como siempre sucede cuando nos hacemos preguntas de este calado, resulta de lo más inquietante.
Y está relacionada, directamente, con el condicionamiento psicológico al que está sometido el Individuo en la sociedad actual.
Pues los mecanismos que desactivan nuestra respuesta al acceder a la
verdad, por más escandalosa que ésta resulte, son tan sencillos como
efectivos.
Y resultan de lo más cotidiano.
Simplemente todo se basa en un exceso de información
En un bombardeo de estímulos tan exagerado que provoca una cadena de
acontecimientos lógicos que acaban desembocando en una flagrante falta
de respuesta.
En pura apatía.
Y para luchar contra este fenómeno, resulta clave saber cómo se desarrolla el proceso…
¿CÓMO SE DESARROLLA EL PROCESO?
Para empezar, debemos entender que todo estímulo sensorial que recibimos está cargado de información.
Nuestro cuerpo está diseñado para percibir y procesar todo tipo de
estímulos sensoriales, pero la clave del asunto radica en la percepción
de información de carácter lingüístico, entediendo por “lingüistico”:
todo sistema organizado con el fin de codificar y transmitir información
de cualquier clase.
Por ejemplo, escuchar una frase o leerla implica una entrada de información en nuestro cerebro, de caracter lingüístico.
Pero también lo implica ver el logo de una empresa, escuchar las
notas musicales de una canción, ver una señal de tráfico o oir la sirena
de una ambulancia, por poner algunos ejemplos…
Una persona en el mundo actual, está sometida a miles y miles de estímulos lingüisticos
de este tipo a lo largo de un día normal, muchos de ellos percibidos de
forma consciente, pero la inmensa mayoría percibidos de forma
inconsciente, que deben ser procesados por nuestro cerebro.
El proceso de captación y procesamiento de esta información lo podríamos dividir básicamente en 3 fases: percepción, valoración y respuesta
Percepción
Sin lugar a dudas, formamos parte de la generación con mayor
capacidad de procesamiento de información a nivel cerebral de la toda
historia de la humanidad, con muchísima diferencia, sobretodo a nivel
visual y auditivo.
Es más, a medida que nacen y crecen nuevas generaciones, éstas adquieren una mayor velocidad de percepción de información.
Una muestra de ello la podemos encontrar en el propio cine.
Visualiza un antiguo western de John Wayne, en una secuencia cualquiera de acción, como por ejemplo, un tiroteo.
Y después visualiza una secuencia de un tiroteo o de una persecución de coches en una película actual.
Cualquier secuencia de acción de una película actual está trufada de sucesiones rapidísimas de planos de corta duración.
En tan solo 3 o 4 segundos verás diferentes planos: la cara del
protagonista conduciendo, la del acompañante gritando, la mano en el
cambio de marcha, el pie pisando el pedal, el coche esquivando un
peatón, el perseguidor que derrapa, el malo que agarra la pistola, como
dispara por la ventanilla, etc…y cada plano habrá durado apenas décimas
de segundo.
Las imágenes se suceden a toda velocidad como los disparos de una ametralladora.
Y sin embargo eres capaz de verlas todas y procesar el mensaje que contienen.
Ahora ponte la película de John Wayne.
No encontrarás sucesiones de planos a ritmo de ametralladora, sinó
sucesiones de planos mucho más largos en duración y con mayor tamaño de
campo visual.
Probablemente, un espectador de la época de John Wayne se habría
mareado viendo una película actual, pues no estaría acostumbrado a
procesar tanta información visual a tanta velocidad.
Esto es un ejemplo sencillo del bombardeo de información al que está
sometido el cerebro de alguien en la actualidad, en comparación con el
de una persona de hace tan solo 50 años.
Añádele a esto todas las fuentes de información que te rodean, como
la televisión, la radio, la música, la omnipresente publicidad de todo
tipo, las señales de tráfico, los diferentes y variados ropajes que
viste cada una de las personas con las que te cruzas por la calle y que
representan, cada uno de ellos una serie de códigos lingüísticos para tu
cerebro, la información que ves en tu móvil, en la tablet, en internet y
añádele, además, tus compromisos sociales, tus facturas, tus
preocupaciones y los deseos que te han programado tener, etc, etc, etc…
Se trata de una auténtica inundación de información que debe procesar tu cerebro continuadamente.
Y todo ello en un cerebro del mismo tamaño y capacidad que el de ese espectador de los westerns de John Wayne hace 50 años.
Por lo visto, parece que nuestro cerebro tiene capacidad suficiente
para percibir tales volúmenes de información y comprender los mensajes
asociados a esos estímulos.
Ahí no radica el problema.
De hecho parece que nuestro cerebro disfruta con ello, pues nos hemos convertido en adictos al bombardeo de estímulos.
El problema aparece en la siguiente fase.
Valoración
Es cuando debemos valorar la información recibida, es decir, cuando llega la hora de juzgar y analizar sus implicaciones, que nos topamos con nuestras limitaciones.
Porque, literalmente, no disponemos de tiempo material para hacer una valoración en profundidad de esa información.
Antes de que nuestra mente, por sí misma y con criterios propios,
pueda juzgar de forma más o menos profunda la información que
recibimos, somos bombardeados por una nueva oleada de estímulos que nos
distraen e inundan nuestra mente.
Es por esta razón que nunca llegamos a valorar en su justa medida, la
información que recibimos, por importantes que sean sus posibles
implicaciones.
Para comprenderlo mejor, vamos a utilizar una analogía, en forma de pequeña historia.
Imaginemos a una persona muy introvertida, que pasa la mayor parte de su tiempo encerrada en casa.
Prácticamente no tiene amigos ni entabla relaciones sociales de ningún tipo.
Ahora supongamos que esa persona baja al supermercado a comprar una
botella de leche y cuando va a pagarla, se le cae al suelo y la rompe,
causando gran estruendo y manchando su ropa a ojos de todos los clientes
y de la cajera.
Cuando esa persona vuelva a su casa, aislada de toda relación y estímulo
social, probablemente dará un gran valor a lo acontecido en el
supermercado.
Se preguntará por qué le cayó la leche y qué movimiento en falso realizó
para que eso sucediera; se preguntará si fue culpa suya o fue culpa de
la botella que era demasiado resbaladiza; analizará en su cabeza la
mirada de la cajera y los gestos y comentarios de todos y cada uno de
los clientes; incluso observará las manchas en su ropa e intentará
adivinar lo que pensaban sobre ella las demás personas al verla en esa
situación.
Se sentirá ridícula y juzgará aquel acontecimiento meramente anecdótico como mucho más importante de lo que realmente es.
Simplemente porque para ella, ese ridículo en el supermercado será el gran acontecimiento social del día o de la semana.
Y quizás no lo olvide nunca más en su vida.
Ahora sustituyamos a la persona introvertida y sin relaciones por un
modelo opuesto. Una persona extrovertida, que pasa el día entero rodeada
de gran cantidad de personas y acontecimientos, interactuando
frenéticamente con clientes y compañeros de trabajo, hablando por
teléfono, concertando citas, comprando, vendiendo, haciendo reuniones,
riendo, enfadándose y rematando el día tomando copas con los amigos.
Supongamos que esta persona va a comprar la leche y también se le cae causando gran estruendo y manchándose la ropa.
La valoración que hará del hecho será meramente anecdótica, pues
representará un evento más de entre los muchos acontecimientos de
carácter social que experimenta a lo largo de la jornada.
Y en pocas horas se habrá olvidado de lo sucedido.
Una persona en la sociedad actual se asemeja mucho al segundo modelo,
sometida a gran cantidad de estímulos sensoriales, sociales y
lingüísticos.
Para nosotros, toda información recibida es rápidamente digerida y
olvidada, arrastrada por la corriente incesante de información que entra
en nuestro cerebro como un torrente.
Porque vivimos inmersos en la cultura del twit, un mundo donde toda reflexión sobre un evento dura 140 caracteres.
Y esa es la profundidad máxima a la que llega nuestra limitada capacidad de análisis.
Es por esta razón, por nuestra impotencia a la hora de valorar y
juzgar por nosotros mismos el volumen de información al que estamos
sometidos, que la propia información que nos es transmitida lleva
incorporada la opinión que debemos tener sobre ella, es decir, aquello que deberíamos pensar tras realizar una valoración profunda de los hechos.
Es decir, el emisor de la información le ahorra amablemente al receptor el esfuerzo de tener que pensar.
Ese es el procedimiento que utilizan los grandes medios de
comunicación y en un mundo con individuos auténticamente pensantes sería
calificado de manipulación y lavado de cerebro
La televisión es un claro ejemplo de ello.
Fijémonos en un noticiario cualquiera.
Todas las noticias de todos las cadenas estan narradas de forma
tendenciosa, de manera que contengan en su redactado y presentación no
solo la información que debe ser transmitida, sinó la opinión que debe
generar en el espectador.
O más claramente aún, el ejemplo de las omnipreentes tertulias políticas, donde los tertulianos son calificados como “generadores de opinión”.
Es decir, su función es generar la opinión que deberías fabricar por tí mismo.
Así pues, el bombardeo contínuo e incesante de información en nuestro cerebro nos impide juzgar adecuadamente el valor de los hechos, con criterio propio y según nuestros códigos internos.
Nos quita el tiempo que deberíamos tomarnos para sopesar las
consecuencias de un acontecimiento y lo fragmenta en pedacitos de 140
caracteres y con ello, convierte en breve y superficial cualquier juicio
que emitamos sobre una información recibida.
Resumiendo: nos hace pensar “en titulares” y por norma general, esos
titulares ni tan solo los pensamos nosotros mismos, sino que nos son
inoculados con la propia información.
Respuesta
Una vez reducido a la mínima expresión nuestro tiempo de valoración
personal de los hechos, entramos en la fase decisiva del proceso,
aquella en que nuestra posible respuesta queda anulada.
Aquí entran en juego las emociones y los sentimientos, el motor de toda respuesta y acción.
Y es que al fragmentar y reducir nuestro tiempo dedicado a juzgar una
información cualquiera, también reducimos la carga emocional que
asociamos a esa información.
Observemos nuestras propias reacciones: podemos indignarnos mucho al
conocer una noticia cualquiera, ofrecida en un noticiario, como por
ejemplo el desahucio forzoso de una familia sin recursos, pero al cabo
de unos segundos de recibir esa información, somos bombardeados por otra
información distinta que nos lleva a sentir otra emoción superficial
diferente, olvidando así la emoción anterior.
Para decirlo de forma gráfica y clara: de la misma manera que nuestra capacidad de juicio y análisis queda reducida a un twit, nuestra respuesta emocional queda reducida a un emoticono
Y aquí es donde reside la clave del asunto.
Es en este punto donde queda desactivada nuestra posible respuesta.
Para comprenderlo mejor, volvamos a la analogía de las personas
introvertida y extrovertida que rompían la botella de leche en el
supermercado.
La persona introvertida encerrada en su hogar, que ha otorgado un
valor más profundo a los hechos acontecidos en el supermercado seguirá dándole vueltas al asunto una y otra vez.
Es decir, no olvidará fácilmente las emociones vinculadas al ridículo
que sintió en ese momento y con mucha probabilidad, esa exposición
continuada a sus propias emociones acabará desembocando en un sentimiento de incomodidad ante la posibilidad de volver al lugar de los hechos.
Así pues, es muy posible que esa persona no vuelva durante un tiempo a
comprar en ese supermercado, aunque eso implique que ha que ir bastante
más lejos a comprar la leche.
Hasta el punto de llegar a fabricar un sentimiento de repulsa hacia el propio establecimiento y las personas que la vieron hacer el ridículo.
Es decir, la energía emocional que habrá volcado sobre ese hecho
concreto, habrá terminado desembocando en una reacción efectiva ante el
hecho en sí.
Sin embargo, la persona extrovertida volverá sin ningún problema al
supermercado a comprar leche, pues en su mente, el suceso llevará
asociada muy poca carga emocional.
Como mucho, quizás se ruborice un poco al ver a la cajera o a algún cliente.
Es decir, la persona extrovertida, no emprenderá acciones efectivas y tangibles derivadas del suceso de la botella de leche.
Más allá de las valoraciones que hagamos sobre estos personajes
inventados, estos ejemplos nos sirven para demostrar que el bombardeo
incesante de información al que estamos sometidos acaba desembocando en
una fragmentación de nuestra energía emocional y por ello acabamos ofreciendo una respuesta superficial o nula.
Una respuesta que en momentos como el que vivimos, intuímos debería
ser mucho más contundente y que sin embargo, no llegamos a generar
porque carecemos de energía suficiente para hacerlo.
Y todos observamos desesperados a los demás y nos preguntramos “¿Por qué no reaccionan? ¿Por que no reacciono yo?”
Y esa impotencia desemboca, al final, en una sensación de frustración y apatía generalizadas.
Ésta parece ser la razón básica por la que no se produce una Revolución cuando, por la lógica propia de los acontecimientos, debería producirse.
Se trata pues, de un fenómeno meramente psicológico
Éste es el mecanismo básico que aborta toda respuesta de la población ante los continuos abusos recibidos.
La BASE sobre la que se sustentan todas las manipulaciones mentales a las que estamos sometidos actualmente.
El mecanismo psicológico que mantiene a la población idiotizada, dócil y sumisa
Lo podríamos resumir así:
El excesivo bombardeo de información nos impide tomarnos el tiempo
necesario para otorgar el valor adecuado a cada información recibida y
con ello, nos impide asociarle la suficiente carga emocional como para
generar una reacción efectiva y real
¿CONSPIRACIÓN O FENÓMENO SOCIAL?
Poco importa si todo esto forma parte de una gran conspiración para
controlarnos o si hemos llegado a este punto por la propia evolución de
la sociedad, porque las consecuencias son exactamente las mismas: los
más poderosos harán lo posible por mantener estos mecanismos en
funcionamiento; incluso fomentarán tanto como puedan su desarrollo,
simplemente porque les beneficia.
De hecho, la propia revelación de la verdad favorece estos mecanismos.
A los más poderosos ya no les importa mostrarse tal y cómo son ni desvelar sus secretos, por sucios y oscuros que éstos sean.
Revelar estas verdades ocultas contribuye en gran medida a aumentar el volumen de información con el que somos bombardeados.
Cada secreto sacado a la luz crea nuevas oleadas de información, que
puede ser manipulada e intoxicada con datos adicionales falsos,
contribuyendo con ello a la confusión y al caos informativo y con ello a
nuevas oleadas secundarias de información que nos aturdan aún mas y nos
suman más profundamente en la apatía.
Si combinamos esta apatía, fruto de la poca energia emocional
con la que intentamos responder, con las tremendas dificultades que el
propio sistema nos pone a la hora de castigar a los responsables, se
generan nuevas oleadas de frustración, cada vez más acusadas, que nos
llevan, paso a paso, a la rendición definitiva y a la sumisión absoluta.
Así pues, no lo dudes: a las personas que ostentan el poder les interesa bombardearte con enormes volúmenes de información lo más superficial posible
Porqué una vez instaurada en la sociedad esta forma de interactuar
con la información recibida, todos nosotros nos convertimos en adictos a
ese incesante intercambio de datos.
El bombardeo de estímulos representa una auténtica droga para nuestro
cerebro, que cada vez necesita más velocidad en el intercambio de
informaciones y exige menos tiempo para tener que procesarlas.
Nos sucede a todos: cada vez nos cuesta más dedicar tiempo a leer un
artículo largo cargado de información estructurada y razonada.
Exigimos que sea más resumido, más rápido, que se lea en una sola
línea y que se ingiera como una pastilla y no como un ágape decente.
Nuestro cerebro se ha convertido en un drogadicto de la información
rápida, en un yonqui ávido de contínuos chutes de datos que ingerir, a
poder ser pensados y analizados por cualquier otro cerebro, para no
tener que hacer el esfuerzo de fabricarnos una compleja y contradictoria
opinión propia.
Porque odiamos la duda, pues nos obliga a pensar.
Ya no queremos hacernos preguntas.
Solo queremos respuestas rápidas y fáciles.
Somos y queremos ser antenas receptoras y replicadoras de información, como meros espejos que rebotan imágenes externas.
Pero los espejos son planos y no albergan más vida en ellos que la que reflejan proviniendo del exterior.
Hacia ahí se dirige el ser humano de forma acelerada.
¿Vamos a permitirlo?
CONCLUSIÓN
Quizás todo lo expuesto anteriormente no es lo que querías escuchar.
Es poco estimulante y resulta algo complicado y farragoso, pero las
realidades complejas no pueden reducirse a un ingenioso titular en forma
de twit.
Para emprender una transformación profunda de nuestro mundo, para iniciar una auténtica Revolución
que lo cambie todo y nos lleve a una realidad mejor, deberemos
descender hasta las profundidades de nuestra psique, hasta la sala de
máquinas, donde estan en marcha todos los mecanismos que determinan
nuestras acciones y movimientos.
Ahí es donde se está dirimiendo la auténtica guerra por el futuro de la humanidad
Nadie nos salvará desde un púlpito con brillantes proclamas y promesas de una sociedad más justa y equitativa.
Nadie nos salvará sólo contándonos la supuesta verdad, ni desvelando los más oscuros secretos de los poderes en la sombra.
Como acabamos de ver, la información y la verdad ya no tienen
importancia, porque nuestros mecanismos de respuesta están averiados.
Debemos descender hasta ellos y repararlos; y para conseguirlo, debemos saber cómo funcionan.
Para ello no será necesario hacer un complejo curso de psicología:
observando con atención y razonando por nosotros mismos podemos
conseguirlo.
Porque no se trata de algo esotérico ni fundamentado en creencias extrañas de carácter Místico, Religioso o New Age.
Es pura lógica: No hay revolución posible sin una transformación profunda de nuestra psique a nivel individual.
Porque nuestra mente está programada por el Sistema.
Y por lo tanto, para cambiar ese Sistema que nos aprisiona, antes debemos desinstalarlo de nuestra mente.
¿Tú lo vas a hacer?
GAZZETTA DEL APOCALIPSIS
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